En una ciudad donde el frío cala los huesos, Juan eligió no estar solo. Eligió el amor. Eligió a Sultán.
Juan Carlos Leiva tenía 51 años y vivía en la calle, a la intemperie, en el centro de Mendoza. No tenía casa, ni abrigo, ni certezas… pero tenía a Sultán, su perro, su amigo, su única familia. Dormían juntos, abrazados en un colchoncito gastado, venciendo el invierno como podían.
Cuando su cuerpo empezó a fallar, cuando la neumonía, el EPOC y los problemas cardíacos lo pusieron contra las cuerdas, le ofrecieron ayuda. Pero para recibirla, tenía que separarse de su compañero.
“No puedo dejarlo solo. Si yo me voy, él se queda sin nadie”, repetía una y otra vez.
Juan eligió quedarse. Eligió morir con Sultán antes que vivir sin él. Lo trasladaron al hospital Scaravelli, ya muy grave. Murió el 4 de junio. Solo, pero con el corazón lleno del amor que le daba su perro cada noche bajo las estrellas.
Quienes lo conocieron no lo olvidan. María, una trabajadora del edificio donde dormía, lo cuidó en sus últimos días y, como le prometió, cuidó también a Sultán. Le armó un refugio con el colchón de siempre, para que no se sintiera tan solo.
Días después, una joven que los conocía adoptó al perro. Ahora Sultán tiene una casa. Pero a veces se queda quieto, mirando hacia la calle, como esperando volver a ver a ese hombre que lo amó hasta el último suspiro.
Juan no murió por frío. Murió por amor.
Y en un mundo cada vez más hostil, eligió lo más puro: no abandonar a quien nunca lo abandonó a él.